domingo, 14 de enero de 2018

Fortuna
Federico Cantú
Colección de Arte Cantú Y de Teresa

El arte consiste en permitir la manifestación de un saber ‘que no se sabe’, como aquel escondido en innúmeros objetos acumulados en los estantes de una tienda de antigüedades. Pero ‘para que lo banal revele su secreto, primero tendrá que ser mitologizado’[...] (estos son los) elementos que anuncian la verdadera historia de la sociedad, la vida de una colectividad o el destino de un  individuo o de un pueblo. (WILLEMART. 1998.p. 21)



Sol y leo
Apolo es presentado en el mito, no como el Sol físico real que brilla en el cielo, sino como el portador del Sol, que simboliza algo dentro de nosotros que es el enlace con la inmortalidad. El Sol es la nave de lo eterno, contemplarlo es como mirar una reflexión de lo que podríamos ser sí fuéramos perfectos. El Sol astrológico es equivalente al Apolo mítico, y en este sentido, cada uno de nosotros porta una pequeña chispa de la fuerza vital eterna, del uno, que es perfecto. Que es precisamente en lo que nos transfiguramos cuando establecemos una conexión o somos absorbidos por el juego creativo, experimentando momentáneamente cierto tipo de dicha eterna. Apolo, el resplandeciente hijo de Zeus, es el favorito de los dioses. Su Oráculo en Delfos presentaba la siguiente inscripción en la puerta: "conócete a ti mismo", lo cual es un nuevo signo de la esencia del Leo: el autodescubrimiento. Apolo representa la luz de la conciencia que clarifica la oscuridad. Las gentes acudían a su Oráculo en busca de luz y de respuestas a sus plegarias. De esta forma, los nativos del signo Leo han de arrojar la luz de la conciencia sobre sus pasiones y sus instintos hasta transmutarlos en el oro del que hablaban los alquimistas.
“Casó, pues, Hiperión (El que camina en las alturas) con la gloriosa Eurifaesa (Tea), su hermana, la cual le dio hermosos hijos: Eos (la Aurora), de rosados brazos, Selene (la Luna), de lindas trenzas, y el infatigable Helios (el Sol), parecido a los inmortales. Éste, subido en su carro, alumbra a los mortales y a los inmortales dioses y echa terribles miradas con sus ojos desde el interior del áureo casco; salen de él rayos relucientes que brillan espléndidamente; debajo de sus sienes, las mejillas centelleantes del casco encierran su faz gloriosa que resplandece de lejos; en torno de su cuerpo reluce, al soplo del viento, la hermosa y finamente labrada vestidura y, debajo, los corceles; y por la tarde detiene el carro de áureo yugo y los caballos, y los envía al Océano a través del cielo.” ("Himno al Sol"; Homero).
"De Hiperión se dice que fue el primero en entender, por su diligente atención y observación, el movimiento del sol, la luna y las demás estrellas, así como de las estaciones, que están provocadas por estos cuerpos, y dar a conocer estos hechos a los demás; y por esta razón fue llamado padre de estos cuerpos, pues había engendrado, por así decirlo, la especulación sobre ellos y su naturaleza." (Diodoro Sículo v.67.1.)
Leo es un signo de fuego y fijo. El elemento fuego alude aquí a una desbordante vitalidad, a una infatigable actividad unida a una naturaleza práctica y realizadora. Los nativos de este signo dominan a sus semejantes de forma natural e innata, tienen gran confianza y seguridad en sí mismos y son conscientes de su fuerza y poder. Al ser un signo fijo, sus nativos terminan lo que comienzan, son constantes, perseverantes y no se salen del camino trazado, lo que constituye otra importante razón de su éxito final. Su constancia, unida a la repulsión que sienten por los cambios, suele favorecer en ellos una tendencia conservadora.
Sólo al majestuoso Sol podía corresponderle la regencia de este signo. El astro rey dota a los nativos de Leo de la máxima vitalidad unida al brillo y poder que siempre los acompaña. Tienen un Yo muy fuerte y dominante, que imponen a sus semejantes de manera natural, junto a una clara conciencia de quiénes son y cuál es su destino. Poseen enormes virtudes: amor, nobleza, generosidad, magnanimidad, sinceridad y franqueza; elevados ideales y aspiraciones, así como valor, arrojo, heroísmo, optimismo y confianza en sí mismos. Tienden a ver el lado bueno de la vida y de las personas y perdonan con facilidad. Parecen haber nacido con suerte y tienen más facilidad que otros para acceder al poder, la riqueza o la fama. Junto a las más excelsas virtudes se agrupan los peores defectos, que exteriorizan más cuando no culminan sus ambiciones: orgullo, arrogancia, egocentrismo, prepotencia, altivez, engreimiento, despotismo o tiranía. Quieren que todo gire alrededor de ellos. Suelen ser fanfarrones, exhibicionistas y teatrales, y necesitan su público. Si un Leo es humillado, puede ser un enemigo terrible, que no descansará hasta ver aniquilado a su rival. Físicamente, el signo otorga una constitución atlética, no exenta de atractivo, belleza y aires de dominio o solemnidad.
Otra de estas implicaciones simbólicas del signo de Leo hace referencia a la historia de Parsifal, el joven héroe huérfano de padre que tuvo que asumir la búsqueda de sí mismo a través de la del principio paterno perdido, que se encontraba en el Castillo del Grial. Parsifal fue criado por su madre en un bosque aislado, y fue esta ausencia del padre la que le impulsó a abandonar a su madre, y emprender la búsqueda de sí mismo. Esta rudeza del héroe, visible en su actitud insensible hacia su madre, es típica en muchos Leo, que actúan así muchas veces por imprudencia, ingenuidad y falta de compasión hacia quienes le rodean. Tras este episodio, Parsifal emprende el camino, hasta que por fin se encuentra con el Castillo del Grial. Fue una visión espectacular para los asombrados ojos de Parsifal, quien se quedó sin habla ante el espectáculo que contempló. Incapaz de formular la pregunta adecuada, "¿Quién sirve al Grial?", y debido a la inexperiencia de su juventud, el Castillo se volatilizó, lo que supuso un fracaso en el viaje que había emprendido el héroe.
La vida de Leo suele encerrar la búsqueda arquetípica del padre perdido, ausente o herido física o espiritualmente. De alguna forma, el principio paterno ha resultado insuficiente para que el individuo adquiera un referente en la búsqueda de sí mismo, lo que tarde o temprano impulsa al nativo a abandonar sus orígenes para encontrarlo. Este "padre" puede tener la forma de una pareja, un descubrimiento espiritual o un logro profesional, pero en última instancia, se trata de hallar al "padre perdido". Sin embargo, este padre se encuentra dentro de sí mismo, de ahí que la búsqueda en el exterior suela resultar infructuosa. En la leyenda, el viejo rey del Castillo, incapaz de dejar descendencia, deseaba encontrar a quien le sucediera, y el elegido había sido Parsifal, que no supo estar a la altura del destino que se le ofrecía. En la vida de Leo, como en el cuento, suele suceder también que se le ofrezca un logro de manera temprana, como la visión del Castillo del Grial, para ver cómo desaparece a causa de la irreflexión, el apasionamiento y la falta de compasión (en el cuento, Parsifal no fue capaz de sentir pena por el viejo rey). De esta forma se inicia un nuevo viaje, lleno de obstáculos y aventuras, cuyo objetivo es volver a encontrarse de nuevo con el Grial.



En esta nueva etapa del viaje, Parsifal, se topa con el Caballero Rojo, símbolo del apasionamiento descontrolado (como el León de Nemea en el mito de Hércules), al que debe vencer. De esta forma, el nativo de Leo ha de aprender a sublimar y controlar la pasión instintiva de sí mismo y su confianza excesiva en su orgullo y poder, para acercarse un poco más a su propia esencia. Más tarde, conoce a Blancaflor, una joven afligida por el sufrimiento, con quien Parsifal se inicia en el erotismo y el amor. Sin embargo, el héroe acaba abandonando a la doncella de la misma manera insensible a como abandonó a su madre. Tras este suceso, el héroe tuvo que seguir recorriendo un largo camino de luchas y asperezas, hasta que por fin volvió a encontrarse con el Castillo. En ese momento sí pudo formular la pregunta adecuada, nacida de la compasión, el viejo rey sanó, cedió su trono al nuevo rey y dio comienzo a un nuevo reinado. Fue como si Parsifal hubiese encontrado por fin a su padre y, en consecuencia, se hubiera encontrado a sí mismo.
Leo es el segundo signo de Fuego, después de Aries, y en Leo el potencial elemental ya se ha realizado, pues, mientras Aries dice: "Quiero llegar a ser lo que soy", Leo dice simplemente "Yo soy". Con Leo, que rige el corazón, la estructura básica del individuo se completa. Es en el corazón donde las fuerzas de arriba se mezclan con las de abajo, para que las de abajo se liberen. El color que se le ha asignado tradicionalmente es el dorado. Los nativos de Leo son como el león, el rey de la selva: valientes, iracundos, nobles, dignos y constantes; empero hay también entre los nativos de Leo seres altaneros, orgullosos, infieles y hasta tiranos. Esto puede verse en el hecho de que este signo trata del desarrollo del ego y de la confianza en sí mismo, con una fuerte necesidad de expresarse y de que lo admiren, siendo intransigente en cuanto a su integridad personal. Pero aunque Leo represente el ente completo en cuanto a su estructura básica, sigue estando socialmente incompleto, pues todavía está centrado en sí mismo y en formar un ego sólido. Es como el niño que acaba de lograr algo nuevo y que no es feliz mientras que los adultos que le rodean no se den cuenta. Aunque a lo largo de la historia los seres humanos hayan logrado eso mismo, para el niño el logro es nuevo y fascinante. Esta es la psicología básica del principio leonino.
Leo siente una auténtica fascinación por sí mismo, y quiere que los demás estén igualmente fascinados por él. Esto aparece en la mayoría de los Leo adultos como un deseo de impresionar y una necesidad de reconocimiento personal, y de control del propio destino. El deseo de impresionar implica el anhelo de ser de verdad así, es decir, de ser una persona realmente importante y no solo de parecerlo. Este signo desea ser una fuente de energía, el abastecedor no solamente de sus propios logros sino también de los ajenos. Esto puede presuponer arrogancia, pero si sus necesidades de autoexpresión personal y de ser él mismo están satisfechas, Leo sabe comportarse enérgicamente e imponer respeto.
Cuando Leo consigue lo que necesita, es decir, cuando se le permite ser total, completa y auténticamente él mismo, es uno de los tipos humanos más admirables. Como signo fijo, Leo tiene tendencia a estabilizar la energía de los planetas en él ubicados. De este modo, hace que funcionen de manera constante e inexorable. Sin embargo, a su vez, Leo es un signo de fuego, lo que hace que comunique a su entorno su gran chispa y vitalidad.

Cada cosa que sucede en la astrología nos influencia, ya sea de manera positiva o negativa, pero a fin de cuentas, crea una especie de transformación, de sacudida y de cambio que nos permite ver, entender y comprender el mundo desde una perspectiva mucho más amplia en donde las fuerzas, no solo quedan contenidas en una fuerza única, primigenia y creadora. Con el Sol en su terreno, todo se expande, se transforma y nos hace ver, vivir y sentir las cosas desde un punto mayor en donde las energías, todas aquellas que rigen al mundo se concentran dentro de nosotros para hacernos evolucionar en estos tiempos difíciles. No olvidemos que ahora mismo, muchas cosas a nivel astrológico están sucediendo, por un lado tenemos el tránsito de Marte desde Escorpio, además de ello, tenemos a Venus y a Mercurio en Leo. Así que debemos estar muy atentos, para que durante el tránsito del Sol por su domicilio no se generen temas que nos distraigan de nuestros objetivos. De alguno u otro modo, al final de este tránsito las cosas terminarán por configurar un período altamente positivo para lograr nuestros propósitos.

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